Se dice que, cuando los Apóstoles quisieron buscar un sucesor para Judas, a fin de volver a completar el número de los Doce, Pedro pronunció un discurso y dijo: Hermanos, era necesario que se cumpliera la Escritura, en la que el Espíritu Santo, por medio de David, había dicho ya acerca de Judas, que fue el guía de los que apresaron a Jesús. Pues Judas era uno de los nuestros, y obtuvo un puesto en este ministerio. Pero fue y compró una finca con el dinero que le pagaron por su maldad. Luego cayó de cabeza, se reventó por el medio y se derramaron todos sus intestinos. Cuando los habitantes de Jerusalén lo supieron, llamaron a aquella finca “Acéldama”, que en su lengua quiere decir Campo de Sangre (Hch 1,16-19).
Asimismo, se dice que, Judas posiblemente se ahorcó de un árbol plantado en el borde de un precipicio. Y al romperse la cuerda o la rama, su cuerpo se despedazó contra el fondo del valle.
Existe una tercera versión, muy desagradable, sobre la muerte de Judas. La cuenta Papías, obispo de Hierápolis en el siglo II. Según él, al querer ahorcarse Judas, la cuerda se cortó antes de asfixiarlo y así pudo salvarse.Pero más tarde contrajo una enfermedad, y se hinchó tanto que no podía pasar ni siquiera por donde pasaba normalmente un carro. Su cabeza y sus párpados se inflamaron de tal manera que no podía ver, y ni los médicos podían encontrarle los ojos. De sus partes íntimas le salían gusanos y pus. Y después de unos atroces tormentos, murió en una finca suya. Cuantos pasaban por allí cerca debían taparse la nariz debido al mal olor que salía.
Otro escritor de los primeros siglos, llamado Ecumenio, aporta una cuarta versión: a Judas lo apretó un carro, y su cuerpo se reventó bajo el peso del rodado.